Escrito en primera persona, danos crédito al que nos dio el aporte.
Mis abuelos paternos llegaron a Chile en 1906, procedentes de Medio Oriente, entonces como ahora, envuelto en interminables guerras que sembraban muerte y destrucción, en busca de una vida mejor, sin más recursos que su instinto de supervivencia y su voluntad inquebrantable de dar un futuro de paz a sus hijos. Agobiados por múltiples desgracias, entre ellas la pérdida de sus hijos por fiebre tifoidea, decidieron volver a su patria considerando que, si habían de morir también, fuera en el lugar que les vio nacer. Las nieves de la cordillera los atraparon en Lonquimay y allí permanecieron todo el otoño, invierno y primavera, periodo en el cual, mi abuelo cruzaba la cordillera de Las Raíces, a pie o a caballo, en medio de la nieve, porque no había túnel, a comprar mercaderías a Curacautín, las que comercializaba en Lonquimay. Se hizo de un nombre y un hogar y fue acogido con hospitalidad por sus habitantes, huincas, mapuches, pehuenches u otros extranjeros como él. Desde entonces han transcurrido 114 años y de ese matrimonio nacieron 9 hermanos y muchos nietos, bisnietos y tataranietos, casi todos avecindados en la zona entre Lonquimay, Curacautín, Victoria y Temuco. Las nuevas generaciones nos formamos en las escuelas de ese pueblo; la Parroquial, la Evangélica, la Industrial, la Coeducacional o Consolidada, disfrutando de la enseñanza de esos legendarios, sabios e inolvidables profesores normalistas y de los imborrables valores y principios que nos inculcaron. Nuestro curso era un crisol de razas, predominando los alumnos de las etnias originarias, ya sea puros o mestizos, en una armonía absoluta con criollos, alemanes, franceses, suizos, árabes y de otros variados orígenes. La pobreza era enorme; no había ricos, a lo más unos menos pobres que otros; muchos ni siquiera usaban zapatos. Allí nos mezclamos los Siade, Meier, Rodríguez, Casagrande, Chaín, Fresard, Podlech, Hetzler, Mellado, Gazaue, Fernández, Colipi, Montes, Cheuquepán, Coulón, Cayuqueo, Anguita, Cayul, Ñanco, Hoyuela, Curiche, Doussolin, Worner, Catrileo, Torres, Méndez, Ruedi, Vittini, Abarzúa, Araneda, Pezoa, Curical, Guerstein, Lonconao, Contreras y tantos otros, en absoluta armonía.
A nadie de ese entonces se le hubiera pasado por la mente que un día lejano, 70 años después, nuestro querido pueblo, “Curacautín”, que precisamente significa “Piedra de Reunión” o “Lugar de Reunión”, sería objeto de una deleznable acción de violencia y odio protagonizada por “afuerinos” que nada tienen en común con nuestro pueblo ni su gente, sino por el contrario, representan la antítesis de aquéllo en que los curacautinenses creemos y a lo que hemos consagrado nuestras vidas: vivir en paz y armonía, como personas de bien y criar a nuestros hijos y nietos de la misma forma en que fuimos criados.
Curacautín no es territorio de huincas ni de mapuches; es tierra de mestizos con predominio absoluto de los denominados criollos, en los cuales confluyen cien tipos de razas. El odio manifestado por una minoría violentista que se atribuye una representación de la que carece absolutamente, pues no hay antecedentes de que le haya sido conferida por el “Pueblo Mapuche”, cuyo nombre han usurpado, no ha hecho otra cosa que generar, junto con el natural temor, un rencor perfectamente comprensible por parte de quienes, injustificadamente, han sufrido dos episodios que les han arrebatado la paz: la toma violenta de su Municipio, con heridos y daños y la invasión reivindicatoria de una horda de “afuerinos” que sembró el caos y la destrucción, perjudicando por igual a huincas, mapuches, mestizos y criollos que habitan y “son el pueblo”.
Resulta paradojal la total prescindencia del Gobierno Central, que ha enervado la acción de la Fuerza Pública en términos tales que tuvieron que ser los propios habitantes de Curacautín, los que brindaran protección y apoyo a Carabineros que eran agredidos por pretendidos “comuneros” (ajenos a Curacautín), que ocuparon la Municipalidad. Incomprensible e inaceptable resulta el flagrante abandono de deberes por parte de las autoridades públicas que fueron informadas con ocho días de anticipación, que se llevaría a cabo un ataque a Curacautín por parte de centenares de “comuneros” (término equívoco con que se pretende legitimar cualquier acción), encabezados por autodenominados “Loncos”, para “castigar” a quiénes se permitieron recuperar la Municipalidad de manos de aquéllos también autodenominados “pacíficos ocupantes”, que accedieron a ella por la fuerza, hiriendo y destruyendo todo a su paso, como es de público conocimiento y ha sido ampliamente difundido por los medios de prensa.
Cabe preguntarse si los pretendidos “comuneros” encabezados por los “Loncos”, constituyen una fuerza legítima a la que le esté permitido imponer “su ley” por la fuerza en territorio chileno. Al parecer sí, lo que se ve refrendado por las palabras del Ministro del Interior que repudió el desalojo del Municipio de Curacautín y señaló que la “autotutela”, esto es la legítima defensa por parte de quién es agredido y se encuentra sin resguardo de la autoridad, es repudiable, lo que se complementará, según medios de comunicación, con eventuales anuncios del Ministerio Público de persecución penal en contra de los habitantes del pueblo que recuperaron el edificio y no en contra de quienes lo usurparon y destruyeron.
Y yo me permito preguntar a los habitantes de nuestro pueblo, de nuestra comuna, de nuestros campos, ¿qué nos espera si no nos defendemos con la fuerza y energía a que se requiere frente a quienes actúan en las sombras, a traición, sobre seguro, con ensañamiento, alevosía y premeditación, es decir con todas las agravantes que contempla nuestra legislación penal y gozan de absoluta impunidad. ¿Dónde está el misterioso poder o el oscuro designio que posibilita que esto suceda?
Cientos de miles de hectáreas han sido entregadas a miles de comuneros, en su mayoría mestizos, a través de CONADI. Es una acción que se fundamenta en consideraciones muy atendibles, según se consigna en los fundamentos de la respectiva legislación. Pero esas asignaciones las pagamos todos y cada uno de los habitantes de Curacautín, entre otros, con las contribuciones fiscales provenientes de nuestro trabajo y que constituyen los recursos con que el Estado cuenta para comprar esas tierras y entregárselas a los comuneros. No es el Estado sino el resto de los chilenos, huincas, mapuches y mestizos los que hemos hecho posible que ello ocurra.
Pero no es suficiente para satisfacer los requerimientos de los autodenominados “pueblos originarios”. También exigen autonomía y gobierno en los territorios cuyo dominio reivindican. Frente a esa pretensión, me permito preguntar a mis conciudadanos, después del trato que se les dispensó por los “comuneros” reivindicacionistas, encabezados por uno o varios Loncos reconocidamente violentistas, ¿se imaginan cual sería vuestro destino viviendo en un Curacautín gobernado por ese tipo de personas? Conozco vuestras respuestas, pues nacimos, crecimos, trabajamos, formamos familias y moriremos juntos en esa misma tierra. Sabemos quiénes son los impostores y sabemos también que quiénes nos oponemos a ellos somos una mayoría abrumadora frente a una minoría numéricamente insignificante. En esta mayoría están los nombres de los que mencioné al comienzo: huincas, mapuches, pehuenches, mestizos, criollos y chilenos descendientes de extranjeros, pero chilenos de cuerpo y alma. En esa minoría que también todos conocemos, especialmente las autoridades que han incumplido sus obligaciones de gobernantes, están los que viven en función del odio, la violencia y el delito, sin que se les conozca actividad laboral, pero organizados militarmente y gozando de total impunidad, a esta altura absolutamente sospechosa, que les permite delinquir sobre seguro.
Uno de los Loncos presente dijo lamentar lo sufrido por los pobres del pueblo con ocasión del ataque de que hicieron objeto a Curacautin. Eso demuestra la absoluta prescindencia con que actúan; les da lo mismo, no discriminan, todos los que no están con ellos son sus enemigos; da lo mismo su condición. Pobres y ricos, huincas y mestizos, son los que requieren de los servicios públicos, como la Municipalidad, para llevar sus vidas adelante, incluso para obtener ayuda para comer en época de pandemia.
Un pueblo encerrado, no en sus casas, sino en los patios de sus casas para librarse de los proyectiles que entraban por sus ventanas. Eso es un delito gravísimo y ha quedado en la total impunidad. El Gobierno, a voz en cuello para que se oiga en todas partes, anunciará “la presentación de una querella en contra de todos quienes resulten responsables…” Eso se llama perder hasta el pudor y la vergüenza; lo malo es que cuando la vergüenza se pierde jamás se vuelve a encontrar.
Y ése es otro de los dramas que vive nuestro país: nuestra clase política cuenta con el mayor grado de desaprobación jamás registrado y nuestros Tribunales de Justicia y el Ministerio Público no les van en zaga. Sin embargo, en este descompuesto escenario se arrogan la absoluta representación del pueblo, que legalmente la tienen, pero que fácticamente no constituye una realidad hace ya largo tiempo y aun así están llevando a cabo un proceso que pretende una transformación radical del Estado sin siquiera saber a dónde irá a parar.
En ese contexto, una de las reformas constitucionales propone establecer escaños permanentes en el Congreso Nacional para los autoerigidos representantes de los “Pueblos Originarios” Y yo les pregunto, amigos de mi pueblo, ¿desean que por el sólo hecho de pertenecer a una determinada etnia, quienes dirigieron el ataque a Curacautín se sienten en el Congreso Nacional con total prescindencia de su idoneidad moral?
Tras el ataque a Curacautín una sensación de impotencia se apoderó de sus habitantes, especialmente de las víctimas, la que fue progresivamente sustituida por otra muy peligrosa: el rencor, el odio y el ánimo de venganza. Se procedió a las comunicaciones por medios digitales, celulares, mensajes, etc., para prepararse para el día siguiente (afortunadamente no lo hubo) reuniendo palas, piedras, palos, hachas, cuchillos, picotas, chuzos, etcétera, y escopetas en el caso de los que las hubiera.
El señor Sergio Micco, actual funcionario público del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, a cargo precisamente de esta última área, ha tenido una postura incomprensible y abiertamente reñida con los principios que otrora hicieran respetable esa noble causa y que hoy está tan venida a menos por haberse transformado en un centro más de poder que se desempeña en el escenario público y político representando intereses que no son precisa y claramente de víctimas de derechos humanos, sino, en ocasiones, de victimarios de esos derechos. ¿Es el machi Celestino Córdoba, asesino de un matrimonio de ancianos a quiénes quemó vivos, según acreditan las sentencias de nuestros tribunales, una víctima de derechos humanos? ¿De qué derecho se le ha privado? En contraposición, ¿han tenido ustedes alguna manifestación de apoyo del señor Micco por los hechos violentos de que fueron víctimas? Aterrorizar a una población, como se hizo con la de Curacautín, según todos pudimos apreciar, ¿vulnera algún derecho humano?
Los Carabineros de Curacautín, cumplidores de la ley y el orden apreciados y reconocidos por el pueblo, ¿han tenido la visita del señor Micco o de algún delegado suyo y contado con su apoyo solidario, por el proyectil que dejó ciego de un ojo a un joven carabinero, lanzado por un “comunero” de Corretué hace tres días atrás? Paradojalmente, dos Capitanes de Carabineros fueron dados de baja el día de ayer, 14 de agosto, por “no brindar asistencia” a una ciudadana que participando en actos de violencia recibió el impacto de una lacrimógena en su rostro que posteriormente la privó de la vista; una de las querellas en este caso, fue presentada por el señor Micco, funcionario público del Ministerio de Justicia. ¿Quién presentará la del Carabinero de Curacautín? Por cierto, no será el señor Micco, pero es altamente probable que esté en la defensa del “comunero” que le lanzó la pedrada que le privó de la vista.
¿Hacia dónde vamos? Creo que todos lo tenemos claro. Los gobernantes que se desentienden de sus “obligaciones” por creer que sólo tienen “facultades”, suelen precipitar a los pueblos a gravísimas crisis. Es lo que ha ocurrido en nuestro país. Curacautín ha sido el primer indicio claro de lo que se avecina y como no se le ha dejado alternativa, ha comenzado a prepararse para enfrentarlo de la mejor forma posible: unido y solidario, con energía, serenidad y firmeza, como un crisol de razas que ha vivido por siempre en armonía: como ese “CHILENO DE CORAZÓN”, grito, canto y lema coreado por todos los habitantes de nuestro país, cuando un genuino hombre de nuestra zona, MARCELO SALAS MELINAO, se transformó en símbolo de esta raza. A nadie le importó si era huinca, mapuche, mestizo o criollo; era simplemente el ¡CHILENO, CHILENO, CHILENO DE CORAZÓN! Y así fue reconocido y nombrado en el resto del mundo. Unidos somos fuertes; divididos no somos nada.
UN HECHO DE NOS HACE REFLEXIONAR DE LO QUE HA OCURRIDO EN ESTE PRESENTE AÑO
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